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El Manual de Maquiavelo 21-04-2025

Francisco Ledesma / De los perfiles políticos a los intereses financieros

La rectoría de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex) fue durante el régimen priísta un anexo del gabinete del gobernador en turno. El priísmo, ese que se encumbró bajo el manto del Grupo Atlacomulco, durante décadas instauró candidaturas únicas, condición que limitaba la democracia universitaria, pues la comunidad advertía un solo aspirante y sin mediar opinión, el Consejo Universitario legitimaba una decisión que, con semanas de anticipación, se había ungido desde las altas esferas del poder público.

 

En esa coyuntura, se privilegiaron los perfiles políticos de quienes alcanzaron la rectoría universitaria. En una ecuación sistemática, los exrectores se convirtieron en parte sustancial de la burocracia mexiquense, y algunos incluso, de la burocracia partidista, aunque no necesariamente con los mejores resultados.

 

De químicos, abogados, politólogos y veterinarios a encumbrados burócratas del Estado de México, y hasta alquimistas electorales al servicio del otrora partido hegemónico. La UAEMex respondía a componendas políticas por antonomasia.

 

La dinastocracia también se hizo presente: los Gasca, Agustín y Eduardo, aunque con décadas de distancia, compartieron la encomienda de encabezar la rectoría.

 

Los Tinoco, fueron ambos directores de Ciencias Políticas, y alcanzaron posiciones de privilegio en los gabinetes del montielismo y el delmacismo.

 

Los Olvera ascendieron en paralelo. Uno como director de Ciencias Políticas y consejero electoral; otro en Derecho y la rectoría universitaria; aunque el escándalo político tuvo como resultado, para ambos, la defenestración pública.

 

En ocasiones valía más la amistad y cercanía con “el comandante” del partido, para lograr la unción del gobernador en turno, por encima de las trayectorias académicas o las capacidades profesionales. Era la regla y no la excepción.

 

Hoy en día, la UAEMex transita por una elección inédita, con la participación activa de seis aspirantes a la rectoría, en la que se tiene el propósito de privilegiar los planes de trabajo, las propuestas, las acciones hacia el futuro, y el respeto absoluto al voto libre, secreto y universal de la comunidad universitaria, y que esa condición se refleje en el Consejo Universitario.

 

Sin embargo, a pesar del entorno universitario que exige ética y moralidad -y que ésta última no se refiere al árbol emblemático de la institución educativa ni al nombre de la recién bautizada mascota-, siempre hay riesgos en que ahora no sean las condiciones políticas ni las trayectorias académicas, las que se impongan en un contexto de apertura democrática; y puedan ser otros aspectos nocivos como los económicos o los de coacción social entre la comunidad.

 

Las elecciones, en cualquier contexto, siempre apelan a las emociones, pero también a elementos perniciosos como el dispendio económico, las condicionantes clientelares que son parte del ecosistema universitario, donde no puede estar ajeno los intereses financieros, políticos y humanos que se entrelazan en una institución que maneja anualmente 6 mil 500 millones de pesos de recursos públicos, y alrededor de 700 millones de pesos de recursos propios.

 

Lo que está en juego es el futuro académico de más de 90 mil estudiantes, pero además, las condiciones laborales de cerca de 13 mil familias, de docentes y administrativos, que tendrán el derecho de votar, y garantizar de que podrán hacerlo en libertad y secrecía, sin presiones ni coerciones. De saber que, por primera ocasión, esta decisión está en sus manos, el día de la votación, y que no se ejecutó una unción previa y unilateral desde las élites del poder público.

 

Esa es la premisa de la elección universitaria, que aspira a ser legal y ser legítima.

 

La tenebra

Una democracia se alimenta de la participación. Desalentar la votación desde espacios académicos, atenta contra la pluralidad universitaria.