Francisco Ledesma / De la derrota a la desaparición
El PRI se desmorona a pasos agigantados. El Grupo Atlacomulco que por mucho tiempo estuvo cimentado en liderazgos políticos erigidos en una especie de cacicazgos regionales o municipales, han decidido abandonar al partido, ya sea porque no encuentran aquí espacio para su prevalencia en el espectro público, o bien, bajo el sonado pretexto de que la dirigencia nacional ha perdido el rumbo.
En los últimos dos días, resuenan dos renuncias que representan simbólicamente a dos influyentes exgobernadores -que hasta ahora mantienen su militancia priísta-, pero cuyo exilio puede significar el principio del fin para el otrora partido hegemónico que mantuvo el predominio gubernamental, y que además, edificó a uno de los grupos políticos más influyentes en el país.
Por un lado, Héctor Velasco, exsecretario particular adjunto de Enrique Peña Nieto, y uno de sus principales operadores políticos durante su gubernatura. Perteneciente, además, a una de las familias de Atlacomulco de mayor ascendencia política -los Velasco-, que ha decidido dar un giro a sus ideales para plegarse a las causas sociales que hoy encabeza la morenista Delfina Gómez.
Por otra parte, Miguel Sámano, uno de los poderes ocultos durante el montielato que impulsó las candidaturas de Enrique Peña y Eruviel Ávila; se mantuvo vigente en la toma de decisiones desde el Poder Legislativo durante los últimos tres lustros, y que tras la renuncia de Ana Lilia Herrera a la dirigencia priísta, tomó como decisión irse del partido que le dio todas las oportunidades de vida, a pesar de su precaria formación escolar señalada en su origen político.
Velasco y Sámano no se van solos. Como antes se fueron Eruviel y Del Moral, que aunque no representan una enorme base social, sí simbolizan liderazgos políticos que hacen un profundo vacío al priísmo mexiquense, que hoy frente a la carencia de un primer priísta -como gobernador en turno-, y en la ausencia de una dirigencia eficaz, o que mínimamente se haga escuchar en la agenda pública, hace que el partido se desmorone a pasos agigantados.
Lo más difícil de entender, no son las renuncias de Velasco y Sámano, porque finalmente toman la salida fácil con el único propósito de mantener vivas sus esperanzas de regresar al poder público por la vía del partido hoy dominante.
Lo que resulta inconcebible es la narrativa morenista (o ecologista) para adoptar a la clase gobernante que tanto acusaron de excesos, abusos y privilegios, y que ahora en automático, reciban el perdón supremo para que se sumen a la posibilidad de que el Grupo Atlacomulco sea parte de la transformación.
La encomienda desde Palacio de Gobierno está resuelta, ya derrotado el priísmo desde el 2023, lo que resta es desaparecerlo en lo que resta del sexenio; y la estrategia parece ser sumarlos a su proyecto de gobierno. En esa ecuación, la lista parece interminable: Miranda, Roa, Guevara, Rellstab, Solís, Vilchis, y los que puedan convencer en el camino. Ya cada vez faltan menos.
El futuro del priísmo como oposición es desolador. Una clase política ajena al Estado de México se ha apoderado del partido en la entidad. Cristina Ruiz no tiene vínculo político en la entidad que la respalde. Jorge Meade, el defenestrado delegado, no entiende ni conoce a la clase política mexiquense. Y para colmo de males, vendrá una crisis financiera insalvable para los próximos años.
La bancada del tricolor está fracturada y repleta de desconfianza mutua entre sus diputados. Los exgobernadores con vida, y con militancia aún priísta, tienen intereses particulares por encima del partido; ya sea con la esposa en turno o el hijo y su carrera incipiente en el Congreso local. El PRI no les importa.
La tenebra
Con esa oposición, difícilmente habrá resistencias a Morena en el 2027 y en el 2029.
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