Una democracia imperfecta
Por: Francisco Ledesma
La democracia que tan insistentemente defienden los partidos políticos, y a partir de la cual legitiman su existencia, tiene saldos pendientes que no pueden soslayarse, y que deben ser puestos en la agenda pública cuando se tiene frente a sí, una elección tan desigual, tan ajena a la población. La campaña de hoy, sólo permea en las estructuras de los partidos políticos, por esa razón el PRI tiene un escenario avasallante que en el último de los casos debiera ser motivo de orgullo, porque refleja animadversión e indiferencia ciudadana.
En una elección, donde la movilización electoral es fundamental para sumar un índice de participación entre el 40 y el 50 por ciento, refleja sin duda, que los candidatos, los partidos y sus propuestas están alejados de la realidad. Muestran por sí mismas que los notarios públicos no abonan a la credibilidad de la política. Mucho menos, que gobernantes de otras entidades sean la respuesta del electorado para mostrar el mínimo interés. Pero sobre todo, que el corporativismo en su máxima expresión, es lo más cercano a un aspecto democrático que deja una deuda pendiente: la libre participación social.
Cuando un partido hegemónico cuenta con el control político de 97 ayuntamientos, y una estructura –convertida en maquinaria electoral-, que produce en promedio cerca de 2 millones de votos, la ciudadanía se aleja de la farsa, de la inequidad, y también porque no decirlo, de candidatos caducados que ya contendieron en alguna oportunidad –con peores condiciones que las hoy existentes- pero que “haiga sido, como haiga sido” ya perdieron en esa ocasión, y que en determinados casos traen consigo un discurso anquilosado.
Tampoco cabe la premisa priísta, que pretende descalificar a los candidatos perdedores por la simple intención de contender de nueva cuenta la gubernatura. Si ese fuera el ámbito de evaluación, habría que recordarle al PRI el reciclaje de cuadros políticos que hizo en 2009. Allí el candidato perdedor a la diputación local de Toluca Fernando Zamora la buscó por segunda ocasión, y la ganó en la misma región. O qué decir de Pablo Bedolla, quien entregó la alcaldía de Ecatepec en 2006, y hoy es diputado local por ese municipio. Y en un caso emblemático, Ernesto Nemer, derrotado en 2000 por la alcaldía de Metepec, pero que hoy es el coordinador de los diputados locales.
Pero la democracia imperfecta a la que hago referencia va más allá. El despliegue de recursos del partido hegemónico no tiene recato. Parece una campaña –cuyo barril no tiene fondo- y lo que importa es detentar el poder a costa de lo que sea. El proyecto es transexenal y “transestatal”, cuya parada final son Los Pinos. Se tiene de su lado las estructuras, los recursos, las alianzas, los opositores que se venden, y hasta el árbitro electoral.
Hay una contienda electoral inequitativa por dónde se le vea, por dónde se le escuche y por dónde se le sienta.
El priísmo que cierra filas, la oposición que se desmorona, la lucha de intereses que corrompe, y entrampado, en su circunstancia de marginación, el elector. Al margen de las decisiones, al margen de las propuestas, y al margen del ejercicio del poder, no sólo como una condición de pobreza que abona a las estadísticas del asistencialismo.
La máquina del tiempo nos remonta a la dictadura perfecta. Los tiempos del carro completo, las urnas zapato, y la demostración ficticia de una aprobación al gobernante en turno. No hemos avanzado en el tiempo, ni en la forma. La democracia que ayer nos prometieron se ha quedado chata, sin sustancia, sin resultados, y lo más importante, sin eficacia y sin existencia.
El voto útil y el voto de castigo siguen inundando el discurso opositor. Mientras que el mundo de la fantasía, de las maravillas y la continuidad se imponen en el candidato oficial. La guerra sucia que es cosa cotidiana, y factor de alejamiento entre los electores. Y un abstencionismo que conviene, favorece y se fomenta por el partido de las estructuras. Aunque el régimen no cambia, pese a notarios, pese a grandezas, y candidatos que provienen de la humildad.
El resultado parece ser eminente, un triunfo que busca la contundencia, pero que carecerá por sus características de darse en un ambiente democrático. Y de lo cual, también se incluye a una oposición simuladora, a candidatos abandonados, y a la legitimación que dan los corruptos, los que se corrompen, los que compran voluntades, y quienes las venden.
El saldo es negativo, quien pierde no es el que obtiene menos votos, sino quien se abstiene, quien no se siente identificado o representado por las fórmulas políticas. La democracia así, es imperfecta, inexistente y desigual.
La tenebra
Un resultado de empate técnico, o una ventaja menor a los cinco puntos en la jornada electoral para el candidato oficial, deberá leerse como una derrota para el gobernante en turno. Tener el control casi absoluto de los ayuntamientos, una estructura electoral aceitada, y dejarse alcanzar en esa ventaja comicial sería como una derrota.
Y en esa debacle que le pregunten a Fidel Herrera, Ismael Hernández Deras y Miguel Ángel Osorio Chong, que bien saben de alianzas opositoras que les pisaron los talones, y los tienen en el exilio de sus entidades.