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El Manual de Maquiavelo

El paternalismo Francisco Ledesma  

La semana entrante habremos llegado a la mitad de las campañas electorales presidenciales, que adolecen en su conjunto, de un amplio hartazgo por parte de la sociedad en general. Pero más preocupante aún, es que en su mayoría, los tres principales candidatos presidenciales cuando proponen, cuando debaten y deliberan frente a sus audiencias el proyecto de país que necesitamos, nos plantean un Estado paternalista, que nos provea como sociedad de todo, sin nada a cambio. Un grave riesgo político.

Desde el México postrevolucionario, y hasta el gobierno de nuestros días, el mexicano promedio ve en el Estado, la panacea de sus males, que sea un aparato administrativo lo suficientemente capaz para otorgarle de servicios gratuitos como la educación, la salud, y de ser posible hasta de empleo, razón por la que ha crecido tanto el aparato burocrático a lo largo de la historia mexicana. La elección actual repite ese esquema de asistencialismo.

Y si los políticos no han evolucionado en su propuesta electoral, el mexicano tampoco ha tenido porque hacerlo, y espera del próximo Presidente o Presidenta, alguien que le satisfaga sus demandas. Las principales promesas de campaña están centradas en aumentar las becas para estudiantes, apoyar a madres solteras, pensiones para adultos mayores, quitar las cuotas de las escuelas públicas y dar vales para medicinas.

En contraparte, nada se dice de dónde saldrán los recursos financieros para solventar esa amplia gama de oferta política. Por no asumir los costos políticos en la víspera electoral, nadie habla de la imperiosa necesidad de ampliar la base de contribuyentes o incluso de hacer una base gravable única y homogénea que incluya a medicinas y alimentos. Los candidatos cuidan su base electoral y no están dispuestos a arriesgar un ápice.

El Estado Mexicano se asume como un Robin Hood moderno que le quita a los ricos para dárselo a los pobres, sin que eso conlleve a una política pública que posibilite una intencionalidad de superación. La pobreza existe, prevalece y se acrecienta. Familias marginadas que sin planificación demográfica le apuestan a ser más numerosas y con ello susceptibles de más apoyos, de más despensas, de más materiales de construcción y de una sinergia lacerante.

Los partidos políticos, por su parte, que le apuestan a ese clientelismo electoral harto redituable en las urnas. Los padrones de beneficiados que a la postre llenan urnas y garantizan su permanencia en el poder público. Una sociedad que permanece inerme mientras sus necesidades básicas estén satisfechas a costa de un Estado que recauda mal, y distribuye peor. Y una clase media que no logra avanzar, ni retroceder, y que no siente empatía por propuesta alguna.

A pesar de que son las clases medias, las que más votan y cuentan con una participación más crítica en la incipiente democracia. Muy a pesar de que son esas familias quienes más cumplen con el pago de impuestos. Son esas clases quienes menos reciben beneficios de los gobiernos, que se empeñan en construir carreteras concesionadas, que sólo usan los que más tienen, y dado su nivel de ingresos económico -las clases medias- tampoco acceden a la gama de programas asistenciales, diseñados para paliar la pobreza de millones de mexicanos.

Y mientras el tiempo de las campañas se consume, son esos sectores quienes permanecen indecisos, o mejor dicho, no se sienten representados. En las plataformas electorales parecen pocas opciones para ellos, da la impresión lastimosa de que ellos no existen para la clase gobernante. Las palabras cambio, diferente y amor son ambigüedades que se encuentran en el diccionario, pero que no se erigen como pilares de un gobierno que respondan a sus más legítimas aspiraciones y respetados intereses.

La mercadotecnia política no sustituye las carencias de los mexicanos. Los spots no reemplazan las políticas públicas que necesita el país. Pensar que los programas sociales resuelven el tema de la pobreza es simplemente una locura, mientras las oportunidades no sean simples despensas, y se conviertan en herramientas de educación, de formación, de trabajo, de remuneración, de patrimonio y de desarrollo personal. Las cuentas pendientes están a la vista.

La calidad educativa no se resuelve con más becas, ni con más escuelas, mientras haya niños trabajando. Tampoco no es un asunto de sindicalismos o de clientelismos electorales. Lo que está en juego es el proyecto de país y no la simple conservación de registro de un partido político. El problema de raíz es que parece que no hay proyecto. Y las únicas definiciones de coincidencia entre todas las fuerzas políticas son lucrar con la pobreza y el analfabetismo.

Si el problema de la inseguridad no se resuelve con balas y policías, qué nos hace pensar que los grandes retos de país se resuelven con despensas, y becas escolares. No cabe la menor duda de que todos tienen el diagnóstico de la enfermedad, y lo manifiestan desde sus arengas políticas, pero no es con aspirinas como van a resolver un padecimiento que parece terminal, y donde el paciente se resiste a buscar la cura.

 

La tenebra

Las redes sociales dejaron de serlo, para estar sujetas a las redes políticas, pero podrán retomar su cauce una vez concluido el actual proceso electoral.