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El Manual de Maquiavelo

La des-bancada

Francisco Ledesma

 

Mucho se ha dicho que el sistema político en México ha caducado. Desde hace más de 15 años, las mayorías parlamentarias inexistentes en el Poder Legislativo han imposibilitado el avance y la aprobación de las famosas y prometidas reformas estructurales, como consecuencia del cúmulo de intereses de grupo, de partido e individuales que se gestan al interior de ambas Cámaras, la de Senadores y de Diputados.

Su origen bicameral, en remembranza al régimen estadounidense, debilita de facto el equilibrio que debiera imponer el Poder Legislativo al Ejecutivo. El presidencialismo dotó históricamente un poder absoluto al titular del Ejecutivo, quien concentró poder político, económico, legal y metalegal para el ejercicio pleno de sus facultades. El legislativo sólo se replegó, acató y obedeció. Así creció, y se desarrolló hasta que la historia lo alcanzó, y los retos lo rebasaron.

Su condición era de subordinación, porque el presidencialismo propagó como una inercia que los legisladores estaban en respaldo al Presidente en turno, los legisladores de hoy impulsan los proyectos de Peña Nieto, Calderón, y  López Obrador como liderazgos políticos de sus partidos, y los de mañana también.

En el Poder Legislativo origen es destino. Un espacio donde prevalecen las resistencias al cambio, un sitio donde se evita la alteración de su status. Las posiciones de encono proliferan de uno y otro lado. Primero debaten, discuten, difieren y luego convienen, pactan, firman, y aprueban. La presión de unos y otros, los poderes fácticos y los formales, todos con representación formal. En la arena de la pluralidad, donde todo se discute en los medios, se dirime en los periódicos, y se resuelve en la pantalla de la televisión.

El debate parlamentario y los puntos de acuerdo forman parte del 70 por ciento de los tiempos efectivos en las Cámaras, sin que ello tenga efectos prácticos. Las jornadas se tornan muertas, las deliberaciones estériles, y la promoción personal una constante. La simulación legislativa como práctica permanente. Estamos frente a un Poder Legislativo embelesado en su propia naturaleza, la de las diferencias, los desencuentros y las inercias.

Sindicatos, televisoras, movimientos sociales, partidos políticos, grupos de poder, religiones, y monopolios con voz y voto. Los cabilderos sin una actividad regulada, la forma clientelar de particulares a diputados. Los intereses ocultos, y negociaciones marginales. Lo legal se vuelve sospechoso, y la sospecha se convierte en rutina. Una productividad en entredicho, y juicios mediáticos que laceran a los diputados sin distingo de nombre, y de partido.

Las faltas de quórum, en comisiones y en el pleno, son parte de esa realidad vigente. Una Cámara de 500, donde sólo trabajan 100. Los coordinadores parlamentarios y las comisiones prioritarias. Las comisiones especiales que se crean para el olvido, y el anecdotario. Muchos más que se pierden en el mayoriteo de las votaciones. Otros más que son los grandes ausentes de su labor legislativa. Una realidad que no es cambiante, y que se tiene como normal, pese a lo degradante que resulta para la ciudadanía toda.

La rutina del Poder Legislativo se entiende como parte del colapso del país, pero para quienes lo integran, se entiende como una institución que evita un colapso mayor. Las resistencias son parte de que el país no explote en lo político, no se revolucione lo social, no se fracture en lo económico, no quebrante lo estable, no se rompa lo frágil. Las explicaciones de lo bueno, y lo malo, parecen tener para unos y otros, ahí su naturaleza y su consecuencia.

Existe, sin duda, una ruptura de lo que ahí se discute y se crea, respecto con lo que afuera se sufre y se enfrenta. Dos realidades disociadas por efectos de una cúpula que no conoce, ni reconoce lo que afuera existe. Y hoy, más de dos mil personajes que apuestan al remplazo, al arribo de ese poder, el ejercicio político del legislativo. Listas de mayoría y plurinominales que se desgarraran dentro de poco, por alcanzar sus fines: sus votos y sus vetos.

Los Gamboa, los Neyra, y los Díaz por un lado. Los Cordero, los Gil Zuath y los Cuevas por el otro. Los Camacho, los Delgado y los Padieran ahí enfrente. El Senado como espacio de debate. El edificio de Reforma, que recibirá su segunda legislatura. El edificio suntuoso, y los 128 hombres y mujeres que tendrán en su decisión, mucho del rumbo del país. Las reformas de antaño, con las tenacidades de siempre. Un país que parece no aguantar más.

Los Beltrones, los Murillo y los Añorve de una bancada. Los Zavala, los Cortázar y los Adame de la otra. San Lázaro que aguarda. Los 500 hombres y mujeres que discutirán por sí solos los presupuestos del país, los cambios, los energéticos, los laborales, los fiscales y toda la tinta que ha quedado pendiente en los últimos tres lustros. Las promesas de siempre, los mayoriteos para evitar que se vulneren sus intereses de toda la vida. Una sociedad más incrédula que la de ayer, más desganada, más avergonzada de lo que ahí pasa.

El peor efecto es la indiferencia, y por desgracia es la lógica que se impone.

 

La tenebra

La agenda setting muy pronto se olvidará de las balas y los muertos. Ahora lo importante serán los votos y los vivos. Las televisoras, poco a poco, deciden con quién jugar, y las encuestadoras también.

 

 

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