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Las filias y las fobias

Francisco Ledesma  

En la víspera de los tiempos electorales, la lucha encarnizada por el poder presidencial, anticipa un nuevo encono político de polarización social. A poco más de siete meses de la elección parecen abiertos tres frentes de batalla, con singulares diferencias ideológicas y en diversas circunstancias unidos por intereses de grupo. Lo cierto es que lo predominante en los escenarios que tocan a la puerta se distingue una profunda guerra verbal que confronte a la base militante y simpatizante de cada partido o candidato que advierte el rencor, el odio, el miedo y el castigo como condicionantes para buscar el voto del triunfo.

Tan pronto la izquierda definió a su candidato, resurgió el mito que rodea a López Obrador. Desde sus críticos, que lo tachan de populista, y reprochan su aspiración presidencial bajo el argumento de que no hay lugar para la reelección en México, mientras hacen una burla socarrona y lastimosa del autodenominado «presidente legítimo»; hasta sus seguidores, que ven en el tabasqueño el cambio de brújula necesario para revertir las políticas públicas neoliberales que en los últimos treinta años han empujado PRI y PAN.

Aunque el discurso del lopezobradorismo ha dado un viraje de fondo, el estigma que lo denostó como «el peligro para México» no se puede borrar del imaginario colectivo. Sus errores en la campaña presidencialde 2006, son los fantasmas que persiguen a Andrés Manuel, y parecen ser desde hoy su principal rival a vencer. El ataque verbal en su contra, es el radicalismo por antonomasia que se le adjudica, donde priístas y panistas advierten que su margen de crecimiento electoral es reducido. El conservadurismo de la sociedad mexicana se opone al discurso progresista impulsado por la izquierda en el Distrito Federal.

Y desde esa cerrazón a la que se limita el debate político, lo que prolifera es una imagen de una izquierda rijosa, conflictiva, hecha de rencores, fracturada de origen. Y hay arquetipos que coadyuvan a manchar su prestigio, y ahí sobresalen los Noroñas, los Bejaranos, y hasta el entreguismo de los Chuchos. En medio de ese terreno pantanoso, y de panorama desolador, López Obrador pretende construir una candidatura de unidad que se adecue al electorado mexicano, pero que marque una diferencia sustancial en la oferta política que tiene la izquierda para los mexicanos.

El priísmo no escapa de sus propios estigmas. El partido ligado a la corrupción, el autoritarismo, la represión, la cargada, el acarreo, el clientelismo y el dedazo. El presidencialismo, como lo conoció México a lo largo del siglo XX, no podría entenderse sin el priísmo, el partido hegemónico, las mayorías absolutas, el aplastamiento a los opositores, las facultades metaconstitucionales, la dictadura perfecta, las crisis económicas, los hermanos incómodos, las caídas del sistema, la defensa del peso como un perro, el movimiento del 68 y la matanza de Acteal.  PAN y PRD que insisten en que el verdadero «peligro para México» es el regreso, que parece inevitable, del PRI a Los Pinos.

La estructura de dinosaurios que permanece vigente. Beltrones como heredero de Gutiérrez Barrios. Peña Nieto, el alumno avezado del grupo que fundó Fabela y tomó importancia con Hank González. Parte de la familia revolucionaria de los Díaz Ordaz, López Portillo, Salinas y De la Madrid. Los mismos que fortalecieron los esquemas anquilosados de los sindicatos. Ayer Jonguitud Barrios y Fidel Velázquez, hoy Elba Esther y Gamboa Pascoe. El mismo árbol genealógico que en la historia reciente ha creado otros mitos: Montiel, Marín, Ulises Ruiz, Fidel Herrera, Gamboa Patrón y los Moreira. La lista parece interminable.

Estructura fundadora de las trampas electorales, la compra del voto, el embarazo de urnas, el ratón loco, el operativo tamal y el carrusel. Y la clase política, que así creció hasta perder el poder, así lo aprendió y lo transmite como un mecanismo de usos y costumbres que se enseña de generación en generación. Y el PRI que se defiende por su experiencia como país gobernante, por su efectividad electoral de los últimos años, por su nueva generación y por sus estratagemas de mercadotecnia electoral. La historia cíclica tiene al PRI con un pie de regreso en Palacio Nacional.

El PAN vive el peor momento electoral de su historia desde que ganó su primera elección estatal en Baja California, en el muy lejano 1989, ubicado hoy en un escenario de desconfianza, desolación y desesperanza. El partido del cambio, que ha llevado al país a un escenario de criminalidad insoslayable e insufrible. La crisis económica internacional de 2009 derrumbó el mercado interno, y en la búsqueda de culpables, encontró en el calderonismo al verdugo idóneo según sus detractores. Un poder Ejecutivo debilitado de origen, por la falta de legitimidad, y agudizada por su impericia política, su intolerancia y sus modos de gobernar tan parecidos al PRI, al que tanto tiempo y con absoluta rudeza criticó de forma sistemática, mientras era parte de la oposición política del país.

Y ahí, han venido en cascada sus contradicciones ideológicas. El panismo que hoy se erige en ejemplo del tráfico de influencias, nepotismo, y el clientelismo de su política social. Los negocios al amparo del poder en su lógica de gobierno, entre los Bribiesca y los Mouriño. La pérdida de valores, el olvido de sus estatutos, la cerrazón hacia sus principios. El conservadurismo vuelto en intolerancia, y su tránsito por la doble moral, para justificar sus tropelías bajo la razón de que los priístas y perredistas, también las cometen.

El PAN se convirtió pues, en el engaño, en foxilandia, en el Ejecutivo debilitado, con una investidura presidencial trastocada, y un régimen político que se resistió a morir, pero también fue incapaz de cambiar. Pero el panismo por supuesto que se defiende, y ahí están sus cifras alegres, sus comparativos con las peores crisis que llevaron al PRI a la derrota electoral. El calderonismo que pretende imponer a su candidato y eliminar a sus adversarios. El encono está de vuelta con un resultado por demás incierto.

El miedo se presenta en la decisión del voto. Las pasiones que están por desbordarse representan una amenaza que no se dimensiona, y la legitimidad que se vulnera para todos los actores políticos. Esta es nuestra democracia, nuestra incipiente democracia.

 

La tenebra

 

Televisa muestra apertura, abre sus cartas, pero aún no concluye su apuesta. Sabe que es muy temprano para declarar un ganador, y hasta permite una tregua con el lopezobradorismo que marginó de su juego editorial, y está próximo a levantarle el veto a Santiago Creel, el concesionario de las casas de apuesta que dio a la televisora un nuevo poder basado en el azar, casi tan parecido a la política.

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