El Manual de Maquiavelo 12-07-2024
Francisco Ledesma / La incapacidad de autogobernarse
El PRI ha demostrado su
incapacidad de autogobernarse. Surgido como un partido de Estado, hoy manifiesta
que ante la ausencia de los frenos y contrapesos que suponía su sometimiento y
subordinación al presidente o gobernador en turno, las dirigencias partidistas
en funciones asumen que pueden disponer del control político y financiero para
beneficio de sus intereses personales, por encima del propósito fundamental de
todo partido que implicaría su lucha por conquistar espacios del poder público
en el presente y el futuro.
Desde 1929 y hasta 1999,
la toma de decisiones del PRI como partido de Estado, era asumida por las facultades
metalegales que el presidente en turno asumía a través de los dirigentes
partidistas que se imponían desde Palacio Nacional.
La alternancia electoral
del año 2000, obligó a tener nuevos métodos de entendimiento para quien asumió
la dirigencia del partido, pero siempre bajo componendas políticas -en las que
incidían e intervenían los gobernadores- que construían equilibrios en su
manera de autorregularse.
Roberto Madrazo, a pesar
de su ambición por el poder y el control que pretendió ejercer desde la
dirigencia del partido, concedió candidaturas y parcelas del poder a los
gobernadores -de quienes incluso, dependía en gran medida el financiamiento
electoral-. Y aunque al final, se confrontó con ellos en búsqueda de su fallida
candidatura presidencial, debió entender que su historia en el partido concluyó
en la derrota del año 2006, que llevó al PRI al tercer lugar.
Entre 2007 y 2012,
Manlio Fabio Beltrones y Enrique Peña se convirtieron en los factores de
decisión de la vida interna priísta. Desde sus espacios de poder político,
lograron la connivencia necesaria para regresar al PRI a Palacio Nacional,
donde otra vez, el presidente en funciones incidió en la vida partidista a
través de César Camacho, el propio Beltrones, y Enrique Ochoa Reza.
Del 2019 a la fecha, el
PRI ha perdido once gubernaturas, que más allá de la defenestración política irrefrenable,
parece una acción concertada por parte de Alejandro Moreno, en su afán de
evitarse contrapesos políticos que le han permitido concentrar el control absoluto
de los órganos de decisión del partido, y desde ahí modificar estatutos e imponer
formas partidistas en donde no hay gobernadores ni liderazgos parlamentarios
que le puedan frenar su ambición.
Esa misma ausencia de
gobernadores priístas, le ha facilitado centralizar la toma de decisiones del
partido, para imponer a incondicionales como dirigentes del priísmo a nivel
local en todo el país.
En el caso del Estado de
México, Ana Lilia Herrera y Alejandro Castro han permitido sin resistencias,
que Moreno asuma como aplanadora la definición de candidaturas en la más
reciente elección; con la enorme posibilidad de que ellos puedan permanecer al
frente del priísmo mexiquense durante los próximos diez años, si es que le
alcanza la vida al partido, o bien, se convierten en los sepultureros de una
maquinaria obsoleta.
Alito Moreno también ha expulsado,
silenciado o denostado a exgobernadores y exdirigentes priístas en su afán de
consolidar su poder político. Nadie que esté en contra de su voluntad personal
puede tener un espacio de opinión dentro del partido, que está dispuesto a
desaparecer como encomienda personal.
Y así, los dirigentes de
sectores y organizaciones, los presidentes de comités estatales, así como senadores,
diputados federales y locales, y alcaldes en funciones y electos, están
dispuestos a desconocer sus vínculos políticos; con el propósito de su
supervivencia personal, para reconocer como único líder al responsable de las
mayores derrotas y fracasos del priísmo a lo largo de su historia. El PRI ha
sido incapaz de autogobernarse, y sigue su camino al abismo.
La tenebra
¿Y con esos impulsos
autoritarios hoy impuestos desde y hacia el priísmo mexiquense pretendió dos
veces -y fallidamente- ser candidata a la gubernatura del Estado de México?