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Ecléctica

El fantasma del abstencionismo

Israel Dávila

 

En los días más recientes he tenido acceso a dos encuestas  en las que se observa que la inmensa mayoría de la sociedad mexiquense desconoce que el próximo 3 de julio habrá elecciones en el estado de México para gobernador.

En términos generales más del 65 por ciento no sabe, con exactitud, la fecha de los comicios; sólo un 16 por ciento conoce, a ciencia cierta, la fecha de la jornada electoral y el 18 por ciento restante, no sabe o no le interesa.

Los datos que arrojan ambos estudios de opinión son preocupantes. No sólo muestran el desinterés que tiene el electorado en el proceso comicial y la vida político-partidista, sino también que las autoridades electorales y los partidos no han sabido, o no han podido, despertar el interés ciudadano en las elecciones.

Lo sucedido en el 2006, con la elección más cuestionada de las últimas décadas en el país, la actuación de partidos, candidatos, y autoridades electorales provocó un desencanto entre el grueso de la población, y en estos años, los políticos, los partidos y también los medios de comunicación no han contribuido a revertir este fenómeno entre la sociedad.

Los ciudadanos difícilmente creen en los políticos y en las autoridades, incluso ya cuestionan la veracidad de los medios de comunicación.

Bajo este escenario ¿qué podemos esperar para la contienda electoral de gobernador el próximo 3 de julio?.

Históricamente, el estado de México se ha caracterizado por ser una de las entidades con menor participación ciudadana, en  procesos electorales.

En 1996, por ejemplo, el porcentaje de participación del electorado fue de 46.5 por ciento; tres años después, en la elección de gobernador de 1999, se elevó cuatro decimas para llegar al 46.9.

En el 2000, con una elección atípica, de diputados y alcaldes que estuvo empatada con los comicios presidenciales, se logró llegar al 65.8 por ciento de participación, pero tres años después cayó más de 20 puntos para ubicarse en 42.8 por ciento.

En 2005, cuando Enrique Peña Nieto fue electo gobernador apenas participó el 42.7 por ciento del padrón electoral, y meses después, en marzo del 2006, votó el 43 por ciento de los empradronados. Para la más reciente elección celebrada en 2009, la participación alcanzó el 52. 2 por ciento.

Estas cifras demuestran que  en los últimos 15 años, sólo en una ocasión, la participación ciudadana desplazó ampliamente al abstencionismo.

Para el próximo 3 de julio, no se requiere ser genio para vislumbrar que el abstencionismo volverá a ganar la partida.  No tenemos indicios para pensar diferente. Los partidos siguen ensimismados y confrontados con  discusiones estériles que poco dejan a la gente; los políticos carecen de propuestas innovadoras que conciten el interés ciudadano y los institutos electorales no han recobrado su credibilidad, y poco hacen por revertir esta tendencia.

El grueso de la población que salga a votar, lo hará porque forma parte de las estructuras partidistas, o bien, es víctima del clientelismo electoral que intercambia su voto por una despensa o monedero electrónico. Pocos, muy pocos, saldrán a ejercer su derecho ciudadano, más aún, cuando según las propias encuestas, todo parece resuelto. Ojalá y me equivoque.

 

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