El futuro de las encuestas
Israel Dávila
Han pasado más de 48 horas desde que se conocieron los resultados preliminares de la elección presidencial y a la fecha no he escuchado una explicación convincente de por qué fallaron los pronósticos que hicieron la inmensa mayoría de las casas encuestadoras sobre el resultado final de la elección presidencial.
Los argumentos que dan los encuestadores sobre la disparidad de las encuestas difundidas durante la semana previa al día de los comicios, con el resultado que arrojó el PREP, –que será el más cercano a la realidad al estar basado en resultados reales de las actas de casilla–, suenan más a excusas, que a razones que expliquen por qué erraron.
Casi todas las encuestas que se difundieron la víspera de la elección daban una ventaja de 12 hasta 20 puntos porcentuales en las preferencias electorales del priísta Enrique Peña Nieto sobre Andrés Manuel López Obrador, pero la noche del domingo, los conteos rápidos del IFE y el PREP dieron efectivamente a Peña Nieto como triunfador de los comicios, pero sólo con una diferencia de cinco puntos.
Resulta poco lógico pensar que en cuatro días, del miércoles pasado, cuando se difundieron las últimas encuestas al domingo día de la elección, las tendencias variaron tanto y que un candidato pudo perder en ese lapso de 5 a 12 puntos.
Los propios encuestadores han admitido que fallaron. Que sus mediciones fueron inexactas y erróneas lo que generó estas distorsiones entre lo que pronosticaron y lo que sucedió finalmente.
Roy Campos, de Consulta Mitoksky, ha dicho que posiblemente no midieron bien el antipriísmo en las encuestas; Francisco Abundis, de Parametría, señaló que sobrestimaron al priísta Enrique Peña y subestimaron a sus adversarios. Luis Oswaldo Valle, de ConEstadistica, expuso que lo que no supieron reflejar hacía dónde se irían aquellos que se resistían a no contestar una encuesta. Las justificaciones son diversas.
Pero ninguno de estos expertos en estos ejercicios demoscópicos ha podido dar una respuesta coherente de por qué no hicieron bien su trabajo, por qué erraron en sus mediciones. Lo que sí han hecho es descartar que haya habido dolo para fallar; que haya habido intencionalidad en sobreestimar a Peña Nieto, como uno de ellos lo admite.
En efecto, las encuestas sirvieron o fueron utilizadas para generar una percepción distorsionada de la realidad, y durante meses, fomentaron la idea de que la contienda presidencial estaba resuelta de antemano, y con ello desalentaron la participación ciudadana.
Las encuestas dejaron de ser un elemento de orientación para conocer el estado de las preferencias electorales, y se desvirtuaron en herramientas propagandísticas de partidos, candidatos y medios.
Las encuestas y los encuestadores se han pervertido y tal vez por ello no funcionan con la certeza y precisión de cómo lo hacen en otros países del mundo. Este no es el primer proceso presidencial que se equivocan, lo hicieron en el 2000 cuando presupuestaron una victoria de Francisco Labastida y en el 2006, donde auguraron el triunfo de López Obrador.
No tengo duda de que estos errores les pasarán factura. La credibilidad de las casas encuestadoras está y estará en entredicho. Será que la vida útil de las encuestas en la incipiente democracia mexicana, ha terminado. Dudo que en próximas contiendas electorales tengan utilidad para la opinión pública, ya con estos antecedentes.