Francisco Ledesma / La indisciplina como estrategia
Cuando Arturo Montiel asumió la presidencia del PRI en el Estado de México, por segunda ocasión, en el año 1998, la clase gobernante mexiquense imaginaba que el atlacomulquense allanaría el camino a su jefe político Humberto Lira Mora; sin embargo, al llegar los tiempos de definiciones, el dirigente priísta tomó el control del proceso interno, e impulsado, Juan Monroy, resolvieron que podían alcanzar la nominación a la gubernatura arropados por el profesor, Carlos Hank.
En una elección abierta sin precedente, Montiel arrasó a Lira Mora, quien le había adoptado en los últimos años en diversas posiciones políticas. Desde entonces, el montielismo hizo de la indisciplina un ejercicio del poder. Se impuso a su jefe político; y alteró la imposición que pretendía el entonces gobernador, César Camacho a favor de sus delfines, Héctor Ximénez y Jaime Vázquez.
Para 2005, con un control absoluto del proceso interno, Montiel decidió quiénes jugarían en la etapa sucesoria, y favoreció con todo el aparato gubernamental la candidatura de Enrique Peña Nieto, una pieza de su entera formación política.
El aspirante presidencial, y líder del Tucom, cerró el paso a los exgobernadores para presentar a Peña como el más apto para conducir los intereses del Grupo Atlacomulco, y en el equipo de campaña permitió la inclusión de sus antecesores.
Sin embargo, en 2011, repitió la dosis del salto al vacío. Peña Nieto tenía en el horizonte el sueño presidencial, y evitaría cualquier fractura o clivaje que pusiera en duda su ascendencia política al interior del priísmo mexiquense.
El gobernador en turno ya había convencido de la declinación a Ernesto Nemer, Luis Videgaray y Ricardo Aguilar. El peñismo se había decantado a favor de Alfredo Del Mazo. Más allá de su herencia política, Peña le había otorgado cargos públicos y de elección, que lo habían legitimado en la carrera de partido.
En su libro autobiográfico, Montiel soltó la especie de un autoexilio cuando Alfredo Del Mazo González gobernó el Estado de México, y quien había desplazado en el camino a su tutor, Juan Monroy, en la disputa de 1981.
El montielismo presentó como su carta fuerte a Eruviel Ávila, quien amenazó con encabezar una alianza opositora conformada por PAN y PRD. En la víspera del registro partidista, la decisión se revirtió, para ungir a Eruviel candidato.
Para 2017, Peña Nieto impondría las facultades metalegales que había reivindicado desde Los Pinos. No obstante, desde el eruvielismo resurgieron los amagos de la derrota y de la fractura. Ávila presentó dos cartas para incidir en la disposición de quién sería el candidato: Carlos Iriarte y Ana Lilia Herrera.
En esta ocasión, el peñismo evitó doblegarse. La definición estaba tomada a favor de Alfredo Del Mazo. Pese a todo, la exalcaldesa de Metepec corrió el rumor de su renuncia a la Secretaría de Educación para confundir a las élites políticas; y con ello, buscar un último escollo para incidir en la toma de decisiones.
Han pasado 23 años de la elección de Montiel, y once años del ungimiento de Eruviel, pero la indisciplina se sostiene como un modus operandi de quien pretende obstaculizar al gran elector en funciones. Las cartas parecen haberse agotado, para jugar de nueva cuenta con Ana Lilia, quien amenaza con no rajarse y no bajarse de la contienda priísta.
Faltan cinco meses para conocer oficialmente la candidatura del partido en el poder, en la que parece la decisión más compleja que enfrentará el delmacismo en la travesía de su sexenio, ante una elección que representará un desafío por la aplanadora morenista, pero cuya premisa será evitar la indisciplina.
Y sea quien sea el ungido o ungida, que sea una determinación del gobernador en turno, y que no sea sujeto a una extorsión política.
La tenebra
¿Quién tuviera amigos que hacen la cooperacha para colocar espectaculares o bardas pensando en el posicionamiento personal de una aspirante a la gubernatura? ¿Alguien sabe a qué se dedica César Gómez Monge?
