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Cuando renunciar no es suficiente

Juan Carlos Núñez Armas*

Pepe Mujica, en su discurso del retiro del Senado en Uruguay, dijo que “hay un tiempo para llegar y un tiempo para retirarse”.  En México estas sabias palabras no se conocen. Aquí, en general, todos queremos permanecer vigentes y mejor, si es posible, con apego al cargo público. Sin embargo, de vez en cuando nos sorprende la noticia de alguna renuncia y más sorprendente resulta cuando son más de una. Es el caso de Santiago Nieto como titular de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y también de Paola Félix Díaz como Secretaria de Turismo de la CdMx. Ambas, tienen similitudes y diferencias. No es mi intención juzgar su desempeño, tampoco si se justifican o no semejantes decisiones. En realidad, las mencioné para enmarcar mi reflexión sobre esta figura jurídica.

Por definición, renunciar es apartarse de algo que se posee de manera voluntaria, alejarse de algún proyecto, o privarse de algo o de alguien, es un hecho de perfil unilateral y, a veces, de carácter jurídico. Por otro lado, en algunos países de habla hispana, señaladamente España, se utiliza la palabra “dimitir” para referirse a la separación de las personas servidoras públicas (funcionarios) de sus encargos. Si bien, el diccionario de la RAE señala que, efectivamente, estas palabras son sinónimos, considero que no son lo mismo porque no tienen las mismas implicaciones.  Me explico.

Concuerdo con Arnoldo Kraus, médico y escritor, en que “dimitir” implica un principio ético. El autor señala que dimitir o abdicar significa seguir principios a lo largo de nuestra vida. Renunciar implica ser cómplice con lo que no se está de acuerdo. Dimitir invita a la comunidad a disentir. Renunciar expone a quien promulga leyes o políticas públicas o toma decisiones que se consideran inadecuadas. Al dimitir, además, se aceptan fracasos.

La dimisión de un cargo debe permitir frenar latrocinios y debe entrañar ceñirse a principios y marcar las diferencias. Se pregunta el autor si “el mundo sería diferente si los asesores de Hitler hubieran renunciado”. Disentir es una forma de atenuar el poder porque debe permitir disminuir el número de afectados ante posibles malas decisiones. Renunciar por desempeño significa, simple y sencillamente, que otro se ocupará de aquello que no quisiste hacer. No obstante, hay políticos que no renuncian, a pesar del rechazo de la población e incluso de su mal desempeño.

En mi vida política tengo presente las declaraciones de Germán Martínez, cuando presentó su renuncia a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PAN y habló, justamente, de la cultura de la dimisión. Decía entonces que “debe ser una práctica puntual, realista y de plena rendición de cuentas, donde cualquier político, por vergüenza pública, debería declinar, sin evasivas, ni rodeos, cuando no logra sus objetivos…”.

La dimisión debe ser, por definición, la separación de un cargo por un error bajo el mandato que ese cargo otorga. Para el periodista español Jorge Colomba Puga hay cuatro elementos fundamentales en el acto de dimitir:

1) Error interno, que se puede cometer por un partido o por una administración, que también puede ser externo, incluso puede ser de carácter involuntario.

2) Difusión, reconocer que la acción cometida puede implicar una derrota o abrir una herida política delante de los adversarios. Sin duda, se corre el riesgo de que la hagan más grande, es decir, capitalizarán ese error lo más posible.

3) Presión social, con la acción realizada se crea una narrativa, es decir, se manipula una historia, que se lleva a los canales de comunicación conocidos, buscando ganar el poder social, para ser el más escuchado, el más visto y justificar o denostar el estado de las cosas.

4) Riesgo de contagio, de no darse la dimisión puede existir un riesgo de contagio, es decir, es preferible amputar un miembro para salvar a otro, no se pueden dar ventajas al adversario, que estará buscando por definición destrozar al gobernante pedazo a pedazo.

Así pues, es claro que debemos buscar políticos que asuman la ética pública, que los ubique de manera congruente en nuestros deseos como ciudadanos. Su renuncia, ante su ineficiencia o sus actuaciones definitivamente equivocadas, no es suficiente, pues llegará el siguiente y solo cubrirá el espacio vacío. Necesitamos diferenciar la dimisión de la renuncia. La separación del cargo debe implicar rendición de cuentas y debe ser claro que quien dimite disiente de la acción de gobierno, para valorar y hacer un alto, para reflexionar si sus errores deben modificar la política pública.

Amable lector/a, te invito a reflexionar, si fueras político/a ¿qué motivo te haría renunciar o dimitir? Además, ¿cuántos casos de políticas/os conocen que nunca renunciarían a pesar de sus malos resultados? Para ejemplos, aquí algunos nombres de personas servidoras públicas del gobierno federal y de la CdMx: López Gatell, Jorge Alcocer, Irma Eréndira Sandoval, Manuel Bartlett, Rosa Isela Rodríguez, Rocío Nahle, Octavio Romero, Tatiana Clouthier, Florencia Serranía, y un largo etc., más los que usted le agregue de todos los ámbitos de gobierno y de todos los partidos.

El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.

Twitter @juancarlosMX17

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