Francisco Ledesma / La reivindicación del modelo presidencial
Un cambio de régimen supondría no sólo un viraje en la ideología política o en el modelo económico que se ejerce desde el poder público. Si algo ha demostrado abusos, excesos y deficiencias en el gobierno, es la concentración de poder desde el sistema presidencial -desarrollado a lo largo de doscientos años de México independiente-, que depositaba toda toma de decisiones (hasta la de la sucesión) en el ánimo y afecto de una sola persona.
La alternancia panista que significó la llegada de Vicente Fox, derivó en una figura presidencial debilitada en razón del equilibrio de poderes que le representaba construir una negociación política -fallida en repetidas ocasiones-, para sacar siquiera sus proyectos presupuestales; y que representó una parálisis en su intento de impulsar reformas como la hacendaria y la energética.
El calderonato padeció aún más de una presidencia disminuida. Con una legitimidad cuestionada, y un Poder Legislativo altamente dividido -compartido con el perredismo en la primera mitad del sexenio y dominado por el priísmo para la segunda parte del mandato-; terminó por entregar el poder presidencial.
El regreso del PRI a Los Pinos, dio pinceladas de una reivindicación en la figura presidencial. El primer priísta del país definía el rumbo legislativo, político, presupuestal del país. Desde ahí, se decidió encarcelar gobernadores, imponer candidaturas y centralizar decisiones. Los priístas se doblegaron, otra vez.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador fortaleció las facultades legales y metalegales. Con el predominio del Poder Legislativo, hizo valer su ascendencia política. El avance electoral de Morena, le permitió controlar a los gobernadores -incluidos los de oposición, que le fueron entregando parcelas de poder-. Y cada que una crisis amenazaba con alcanzarlo, movilizaba su base social, para demostrar su capacidad de convocatoria y sus altos niveles de aceptación.
Con la sucesión dispuesta a favor de Claudia Sheinbaum, el modelo se ha replicado para construir la sensación de un respaldo social absoluto. Renuentes a la crítica, insisten en que cualquier muestra de protesta proviene de la derecha.
La figura presidencial busca reinstaurar su hegemonía, bajo una figura omnipotente, capaz coaccionar las voluntades de todos los gobernadores, senadores, diputados y alcaldes de su signo político. La obediencia entendida como lealtad partidista y subordinación personal. Y la demostración deberá constatarse en una movilización convocada para el 6 de diciembre, donde Morena y sus aliados electorales, asistirán al zócalo capitalino.
La cuarta transformación no pretende ni por asomo modificar el régimen presidencial, ese que representó -y prevalece- como una distorsión en el ejercicio gubernamental; porque esa hegemonía depositada en una sola persona, deriva en gobernadores que imponen su voluntad personal en los estados sin frenos ni contrapesos; o bien, alcaldes que actúan como caciques, y asumen su alcaldía en una especie de monarquía hereditaria.
Y mientras el descontento social se acrecienta, sin que esto tenga motivaciones políticas o intereses electorales, los gobernadores del país están más preocupados por la movilización social para mostrarle a la presidenta su apoyo y su capacidad de convocatoria. Los recursos financieros, materiales y humanos al servicio de un mitin político, disfrazado de rendición de cuentas.
Los problemas, las necesidades y las políticas públicas pueden esperar. En el horizonte de sus prioridades es tener contenta a la presidenta, porque ella decide presupuestos, candidaturas y el futuro político de la clase gobernante y respaldo social.
La tenebra
Y si desde la oposición, se construyera una alternativa de gobierno; porque en siete años de golpeteo no han logrado nada y han retrocedido demasiado.



