Francisco Ledesma / El estilo delfinista de gobernar
Delfina Gómez ha cumplido ya dos años de su mandato. Quienes pretenden instalar su gobierno como un ejemplo del quehacer político, reivindican su estilo personal -muy acorde a su temperamento, su conducta y hasta su trayectoria profesional- para ejercer el poder público. Ahí, donde la mandataria estatal se muestra cercana, afable y humilde: empática, presumen algunos; porque al menos en lo público, ha renunciado a la parafernalia de la clase gobernante y pretender romper con las burbujas que impone la política tradicional.
Sin embargo, esa misma actitud de bonhomía, hace pensar que las corrientes políticas al interior de su gobierno y de Morena, permiten que las élites políticas rebasen los límites del ejercicio del poder; lo que ha derivado en repetidas ocasiones que las corrientes internas abran disputas públicas o privadas, por demostrar quien tiene más grado de influencia en el entorno delfinista.
El ascenso a la gubernatura del Estado de México, implicó para Delfina Gómez, aceptar componendas políticas con otros partidos, grupos sociales y liderazgos, que le han obligado a ceder espacios de poder; incluso, también por decisión personal, ha encomendado tareas de su partido o de su gabinete, a perfiles de poca, cuestionada o nula formación política.
Sin embargo, la texcocana apuesta más por la estabilidad de sus decisiones y de su gabinete, aun cuando lo que prevalezca sea la falta de resultados, una prolongada curva de aprendizaje que exhibe la novatez o incapacidad de algunos, o además, el escándalo político y el escarnio público de su mandato.
El régimen de transformación prometido durante la campaña electoral de 2023 ha quedado corto en sus expectativas. Ha extendido sí, la entrega de programas sociales -en su mayoría impulsado por el gobierno federal-, pero con una insatisfacción en otros sectores sociales, porque las demandas sociales en materia de salud, educación y vialidad han quedado muy cortas.
A la distancia, el definismo ha asumido que el aparato burocrático se mueve de manera aletargada y bajo vicios y resistencias difíciles de vencer (lo que también incluye un halo de corrupción que parece irremediable). Han preferido caminar a su ritmo -y a veces bajo ese estilo tan criticado cuando se es oposición-, antes que pretender su refundación que pudiera derivar en un colapso.
Asumir que la transformación se daría por mera voluntad política resulta muy riesgoso y equivocado, porque requiere de firmeza en la toma de decisiones, en las reformas legales que obligatoriamente se necesitan para modificar o cubrir vacíos institucionales de los gobiernos priístas, y sobre todo, combatir las malas prácticas del poder público, asumidas como manual de organización.
La reivindicación de un régimen centralista desde la Presidencia de la República durante los últimos tres sexenios, tiene un doble desafío: por un lado, depender de la voluntad presidencial para avanzar en temas de salud, educación y seguridad; y por otra parte, parece claudicar a su responsabilidad como gobierno subnacional para atender sus facultades en el ejercicio del poder.
Lo cierto es que, el mejor aliado delfinista es una oposición que no ha logrado pronunciar un discurso ni construir una narrativa, que se consolide como eje articulador con los sectores sociales insatisfechos con su mandato.
Y frente a la ausencia de opositores, el gobierno delfinista puede prevalecer sin la autocrítica necesaria ni tomar acción inmediata, sobre los cambios y las mejoras que se prometían en campaña, y que no se han resuelto del todo.
Dos años, parecieran un tiempo muy corto para asumir la transformación de un régimen de noventa años; sin embargo, los cuatro años que restan al sexenio, resultan más vertiginosos para repensar cómo presentarse a la próxima elección.
La tenebra
La próxima semana se cumplirán 200 días de la toma de rectoría: mientras la elección de consejeros en diversos espacios académicos, comienza a sembrar nuevas y distintas disidencias.



