Francisco Ledesma / Rendir cuentas desde la burbuja
La glosa de los informes
de los gobernadores en turno, es un episodio político altamente esperado en la
agenda pública del estado, pero que sólo deja espacio para el protagonismo de
un puñado de personajes políticos; y en nada trasciende en la toma de
decisiones, o bien, en la realidad inmediata de los mexiquenses.
Quienes participan de la
glosa del informe, reflejan que, pueden ser los secretarios o secretarias que
mejor califican para exponerse ante el Congreso del Estado de México, o
defender con sus cifras y sus perspectivas, lo que han realizado durante los
últimos doce meses. Aunque la terca realidad y la percepción social no siempre
coincida con lo que cualquier gobierno en turno -sin distinto de partidos
políticos- pueda presumir como sus máximos logros.
En la acera de enfrente,
ser de los diputados o las diputadas que tienen oportunidad de subir a tribuna,
supone privilegia las capacidades o el perfil profesional para representar a su
grupo parlamentario, y eso implica “foguearse” hacia futuras responsabilidades
políticas o electorales que alimentan sus ambiciones personales, pero queda
como mero recuerdo para la egoteca.
El formato -cuestionado
desde hace años- porque no permite la interacción, el diálogo y la construcción
de acuerdos que trasciendan, no se ha modificado ni se ven condiciones de ajustarse.
Quienes piden tener una mayor incidencia en la glosa del informe son los
legisladores de oposición; esa misma oposición que hoy es gobierno, ya entendió
por qué es mejor cuidar la solemnidad institucional para custodiar la
investidura de la clase gobernante encumbrada.
En los últimos cinco
sexenios, las élites políticas han cubierto ciclos. Del gabinete montielista al
delmacista, hubo atisbos de una renovación generacional; y en la más reciente e
inédita alternancia partidista, en septiembre de 2023, un grupo político
diferente ha asumido la toma de decisiones del Poder Ejecutivo.
Sin embargo, lo que no
se modifica, es el ejercicio del poder -que no debe confundirse con la visión
del gobierno-, porque finalmente su ejercicio, actúa de forma piramidal, con
apego a esos protocolos de una clase intocable, y a veces inalcanzable, porque
por más que allá de pretender instalar una narrativa de un “gobierno de
territorio”, lo que prevalece es una clase política que dibuja y construye sus
realidades desde la burbuja, sin distingos partidistas.
Porque efectivamente, un
informe de gobierno enuncia desde las grandes cifras, la generación de empleos,
la reducción de la violencia, la inversión pública en escuelas y hospitales, el
reparto de los programas sociales y otras tantas estadísticas que permitan enaltecer
la acción del gobierno en turno.
Y ya sea desde el
escritorio donde se redactan los informes o desde las curules donde se escuchan
las comparecencias, hay una distancia geográfica, política y social con las
realidades individuales, esas que marcan diferencia de la realidad que se pinta
en los informes y que tiene que ver con la precariedad laboral, con los
asesinatos y los robos de personas conocidas, con la falta de medicamentos en
hospitales públicos y la falta de oportunidades para estudiar cerca del hogar.
Seis años son insuficientes
para la transformación estructural del Estado de México, se escucha decir con
cada gobernante en turno, pero quizá sí sean suficientes para hacer de esa
glosa del informe un acto más humano, más autocrítico, más trascendente para
quienes no comparten esas realidades.
Y entender que Foxilandia
-ese término acuñado en tiempos en que el panismo asumía el poder presidencial-
puede ser una repetición sistemática y sintomática en la que recurrentemente,
el gobierno en turno pierde la capacidad de autocrítica y asume la decisión de
gobernar desde la burbuja. Y eso, al final, es alejarlo de los votantes que lo
llevaron a la cumbre del poder político.