Francisco Ledesma / Gimme the power
El Grupo Atlacomulco
tuvo momentos de esplendor y hoy atraviesa su mayor crisis política. Sin trazar
una línea directa, observar la serie de VIX denominada “PRI: Crónica del
fin”, permite identificar la ascendencia política que durante los
últimos cuarenta años ejerció la clase gobernante vinculada al priísmo, acuñada
en Atlacomulco, hasta llegar a su cúspide en las elecciones de 2012.
Una serie producida por
Televisa, rememora el viraje ideológico del PRI de políticos tradicionales
hacia la tecnocracia neoliberal, por cuyos gobiernos transitaron José López
Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Ahí, se tiene la
presencia de mexiquenses, como protagonistas de escenas y momentos que marcaron
la debacle del otrora partido hegemónico.
En la etapa preelectoral
de 1988, De la Madrid simula un proceso interno, donde se incrusta Carlos
Salinas y Alfredo Del Mazo González; mientras se margina de la contienda a
Cuauhtémoc Cárdenas, para dar paso al primer clivaje priísta.
En los momentos más
aciagos, tras el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, vendrá a escena la
dirigencia nacional priísta encabezada por Ignacio Pichardo, quien es recreado
a través de Inteligencia Artificial (IA), para reconstruir algunas de sus
vivencias plasmadas en el libro Triunfos y Traiciones del año 2001.
Ahí se entrecruzan otros
personajes de ascendencia política. Entre muchas imágenes de un archivo
televisivo único sobresale Carlos Hank, integrante del gabinete salinista. Emilio
Chuayffet aparece en los testimonios, gobernador mexiquense en el salinato, y
secretario de Gobernación en la etapa zedillista.
Cuando la apertura
democrática apretujaba al priísmo, el extinto Distrito Federal votó a su primer
jefe de gobierno en 1997. En el noticiero estelar de Jacobo Zabludovsky, se
entrevistó al entonces candidato priísta, Alfredo Del Mazo González, acompañado
por su esposa Carmen Maza; y sus tres hijos, incluido su primogénito, Alfredo
Del Mazo Maza, a la postre, gobernador del Estado de México.
Ernesto Zedillo es
puesto en escena como el principio del fin por su desafecto y su desprecio al
partido que lo encumbró en el poder presidencial. Los paralelismos con el
peñismo parecen imperceptibles, pero son indispensables para entender la
defenestración pública a la que ambos contribuyeron inconmensurablemente para
llevar al partido a un profundo despeñadero.
En un periodo de
altibajos, Enrique Peña Nieto es el pináculo del priísmo mexiquense, quien consigue
el retorno del PRI a Los Pinos, la llegada del Grupo Atlacomulco a Palacio
Nacional, pero también responsable de la mayor debacle del partido en su
historia, que hoy está al borde de su desaparición electoral.
Con Peña Nieto, el poder
presidencial marca una nueva sana distancia, ya sea porque Enrique nunca tuvo
afecto ni entendimiento por su partido. Entregó la dirigencia al exgobernador
César Camacho, que de ganar elecciones sabe y ha experimentado muy poco, acostumbrado
a la derrota constante.
Y también se advierte,
del expresidente, su incapacidad para construir una candidatura propia y
sucesoria -desde su etapa como gobernador (donde hereda el poder a Eruviel
Ávila) y también como presidente de México-; que decide entregar la postulación
a un hombre sin militancia, sólo por recomendación de Luis Videgaray. El
resultado es desastroso acompasado de su autoexilio político.
Una de las últimas
entrevistas de la serie es una cereza del pastel. No solamente por el personaje,
sino por la escenografía simbólica. Alfredo Del Mazo Maza en el Salón Gobernadores
del Palacio de Gobierno en Toluca, el último mandatario priísta tras 70 años de
predominio atlacomulquense.
Y para que no quepa duda,
se responsabiliza a Enrique Peña de haber entregado la presidencia del priísmo
-desde Madrid- a Alejandro Moreno, que se ha encargado de hacer del PRI, el más
perdedor detrás de cien años de historia, y de haber traicionado a los mismos
gobernadores que lo encumbraron en el predominio partidista -Del Mazo
incluido-, con lo que parece un cometido central: llevar al PRI a su
desaparición del espectro electoral nacional.
La tenebra
Y sí, los estudiantes de
Tlatelolco y los normalistas de Ayotzinapa, seguramente protestaban como procesión
en silencio y con sirios encendidos para no incomodar al vecino ni causar pánico
en la escena pública.