La visita de Enrique Peña por el Estado de México muy poco cambió las expectativas de los indígenas de la zona norte de la entidad. El presidente electo repitió las promesas políticas que las comunidades marginadas han escuchado por años. No hubo anuncios de trascendencia, ni proyectos puestos en marcha que indiquen que su expectativa de vida vaya a mejorar radicalmente en los próximos seis años. Es tanto el desgano para los pueblos originarios, que en el robusto equipo de transición, simplemente no existe un coordinador dedicado a los indígenas.
Tampoco fue un evento en que revistiera la clase política del Estado de México. Parecía un acto más de los muchos que encabezó Peña como gobernador de la entidad. Lo que se hizo más notorio fue el dispositivo de seguridad que ya acompaña al ex mandatario mexiquense. La logística del mismo ya fue asumida por el equipo de transición, mientras el gobierno eruvielista fue simple espectador de la organización, convocatoria, y demás detalles para que nada pasara desapercibido, ni se cometieran errores mínimos en la gira del presidente electo.
Eruviel, lamentablemente aunque se niega la restauración del régimen, actúa como subordinado del próximo Presidente de México. Una cosa es reconocer la investidura presidencial, y otra muy distinta soltar un discurso, y tener una actitud tan lamentable. Ávila Villegas ya asume que será un empleado más del próximo titular del Ejecutivo Federal. Se acabaron los virreinatos en los estados, y más en el caso específico del Estado de México, de donde Enrique Peña es originario, y en cuya tierra va a ejercer un mayor control político respecto de las decisiones de gobierno.
Más preocupante es, que Eruviel Ávila haya abandonado todas las formas del Estado laico, para pedir oraciones a favor de Enrique Peña. En la primera gira que sostiene el originario de Atlacomulco como presidente electo, fue por demás bochornoso para su círculo cercano, escuchar las plegarias de Eruviel para que le dé sabiduría al mexiquense. No me ayudes compadre, fue la reacción inmediata de los asesores del peñismo, que simplemente no terminan de entenderse con la administración eruvielista, y sus formas de hacer política, ejercer el poder y de gobernar.
Lo que es innegable, aunque sí posible de ocultar frente a la opinión pública, es el distanciamiento entre Peña y Eruviel. Cualquiera que haya asistido ayer al evento de San Felipe del Progreso, habría dado por hecho que entre el Presidente electo y el gobernador hay una relación tersa, amable y estrecha, nada más alejado de la realidad. Hay canales de comunicación abiertos, pero también existen frentes de batalla cada vez más agudizados. El pronóstico es reservado, y la situación se agrava a semanas de que Enrique Peña asuma el poder desde Los Pinos.
Los más felices de que Peña se vaya ha convertir en Presidente son los tolucos. Muchos desempleados desde septiembre de 2011, y otros con lo que llaman un insoportable trato en el actual gobierno estatal, buscan cambiarse de acera para colaborar con Peña desde el gobierno federal. Aunque saben que la cobija no les alcanzará a estirar para formar parte del gabinete, saben que hay un sinfín de delegaciones, y cargos menores, que se extienden a lo largo de 32 entidades del país donde pueden tener cabida, pero les urge salir ya de la nómina estatal.