El descontento social está cada vez más presente. Otra vez la quema de patrullas de la policía, como un asunto recurrente en la entidad. Se evidencia una falta de credibilidad en las instituciones, y un clamor por hacer justicia por propia mano. La sociedad se siente asolada por la delincuencia y temerosa por sus policías. Siente que la solución está en su propia organización, frente a la desazón que causan los gobiernos.
Impunidad es el cáncer institucional. Quien delinque no la paga. Y gran parte de la impunidad se da porque las instituciones están corrompidas. No hay castigo para quien encubre. Los exámenes de control de confianza son insuficientes. Las pruebas del polígrafo son una coraza limitada. Nada se sabe de los policías que reprueban esas evaluaciones. Tampoco se ha evitado la protección mutua entre el policía y el ladrón. Simple.
Los alcaldes, todos, están atados de manos. Prefieren hacer oídos sordos y ojos ciegos ante la criminalidad. No hay zona del estado que se salve. El norte, sur, centro, oriente, poniente se quejan de un alza inusitado de la delincuencia. Robos, violaciones, secuestros, homicidios. Los Ayuntamientos vienen para administrar la inercia, cumplir con obras de relumbrón pero en lo absoluto atienden la violencia. No está a su alcance, argumentan.
Miles y millones de pesos se han ido a programas de seguridad sin resultado alguno. Se compran las patrullas más modernas. Vivimos en un Big Brother con ciudades llenas de cámaras. Policías mejores armados. Consultoras enriquecidas al amparo de la capacitación. Y nada, todo sigue igual o peor. Cuando empezaron a tomar la inseguridad en serio, los delitos comenzaron a crecer en serie. Pareciera que estamos destinados a morir en el intento.
De nada sirve aquí presumir de elevar las penas más altas, cuando los criminales andan tan campantes en las calles. Inútil resultan los juicios orales, por modernos que sean. La población está cansada de la circunstancia. Las denuncias penales están al tope, pero son más los que no denuncian. Hay muchos mexiquenses convertidos en “Martís”, que al unísono sólo tienen una exigencia “si no pueden renuncien”.